domingo, 27 de febrero de 2011

El fin del verano

Así se llama un hermoso libro de mi amigo el poeta Carlos Battilana, editado por Siesta en 1999. Contiene un poema dedicado a mí, llamado "Estación", en donde se habla de la música de la memoria. Pues bien, escuchar música como quien lee, recuperando un poco de calidad para el sonido y de serenidad para la recepción, fue una de las actividades más descansadamente productivas a las que me dediqué en mis vacaciones en La Cumbre. El verano le aporta otro tempo al consumo cultural. Una morosidad que le era connatural en otras épocas -ese detenerse para acompasar nuestro ritmo con el de la obra, que pedía Gadamer- pero ahora resulta tan difícil. Y eso no tanto por la combinación de medios, que es la característica central del consumo en la convergencia, si no por el frenesí conque lo llevamos adelante. De manera más artesanal y concentrada, en realidad, hace tiempo que venimos combinando consumos culturales: libros con discos, videos con revistas...

El semiólgo italiano Paolo Bertetti argumenta en un capítulo del libro
El fin de los medios masivos (que Mario Carlón y Carlos Scolari editaron en la colección que dirijo en La Crujía), que la digitalización acabó con el album como tipo de texto musical. Pero apareció otra textualidad, digo yo: la lista de reproducción. La Rolling Stones había publicado hace un tiempo una discutible lista de las quinientas mejores canciones de toda la historia del rock. Sobre la base de esta y otras listas semejantes, elaboré mi propia lista de cien canciones favoritas. Fue mi soundtrack este verano.

Cuando no escuchaba música sólo escuchando música lo hacía leyendo. Y hay van, de mis lecturas del verano, apenas una defraudación y un deslumbramiento.

La defraudación: Sunset Park, de Paul Auster. No aparecen en su última novela los juegos intertextuales, los relatos dentro de los relatos que es lo más interesante de la narrativa de Auster. Sí, aparece, en cambio, la indagación sobre la propia identidad, los cortes biográficos, vivir el momento. Miles Heller tuvo un grave percance familiar a los veinte años y desde hace ocho que abandonó a su familia y vive huyendo. Pero el amor por Pilar Sánchez, una cubana de dieciséis años, lo saca del estado abúlico. Debe esperarla hasta que sea mayor si no quiere ser enviado a la cárcel por la hermana de ella. Vuelve a New York como okupa junto a otros tres jóvenes desorientados. Todos están enamorados de él, incluyendo sus padres con quienes se reencuentra en NY y a quienes cuenta el secreto del episodio que lo dejó como un muerto en vida. La novela está repleta de muertes: los padres de Pilar, en un accidente; el hermanastro de Miles, en otro; las fotos que él le saca a los objetos abandonados en las casas desalojadas; el cementerio que queda al lado de la casa que ocupan en Sunset Park; el recuerdo que su padre tiene del cuerpo muerto de su propia madre; el suicidio de la hija de un escritor de la editorial del padre; el aborto. Pero hay también reencuentros: de él con sus padres, incluso brevemente de los padres de Miles entre sí.

La novela tiene momentos débiles: diálogos poco verosímiles, excursos sobre el béisbol, una película o los escritores perseguidos, que parecen copiados de Internet. El recurso al diálogo clave entre sus padres, que Miles escucha desde su cuarto sin que ellos lo vean parece de telenovela. Demasiadas referencias sexuales y analfabetismo moral sin distanciamiento por parte del narrador o de algún personaje. La vida es un caos, los personajes se meten en problemas como si no tuvieran control sobre sus actos. Y aquí, además, ya no quedan –como en novelas anteriores del autor- esos, diría Borges, “tenues avisos espirituales” de azares y dobles.

El autor agradece a su hija Sophie, por una redacción sobre la película
Matar a un ruiseñor, que ella escribió en 1998, cuando tenía diez u once años, que glosa en la novela. En ese inocente texto la chica recuenta todas las heridas que tienen los cuerpos de los protagonistas de aquel film y arriba a la conclusión de que éste nos quiere mostrar que la vida produce necesariamente esas heridas. De los más sensato en todo Sunset Park.

El deslumbramiento: El aliento del cielo, de Carson McCullers. Se trata de un volúmen reciente de Seix-Barral con los relatos breves completos (cuentos y
nouvelles). ¿Qué contiene? Los textos en orden cronológico, de manera que el lector va adviertiendo cómo reaparecen mejor formuladas antiguas obsesiones de la escritora estadounidense, a la vez que su escritura progresa hasta el encanto. Prólogo y comentarios de Rodrigo Fresán, demasiadao biográficos, precupados por echar luz desde la vida de la autora a algunas situaciones bizarras o de ambigúedad sexual, apenas sugeridas. Y los temas y motivos de esta sureña frágil y sufriente: las complejas relaciones interpersonales (fraternas, de pareja), el alcoholismo y la violencia en el matrimonio, el aislamiento de los enfermos y los freaks, la extrañeza en la vida cotidiana. Y el amor, siempre, a pesar de todo y por encima de todo, una poética del amor. McCullers tiene otra virtud para mi y es que se inscribe en la red invisible de los escritores estadounidenses que más admiro: Flannery O'Connor (aunque se detestaban), Ernest Hemingway, Truman Capote (de todos los que se han editado recientemente relatos completos), y un largo etcétera.

Este post me obliga a recomenzar a escribir en el blog.

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