domingo, 31 de octubre de 2010

Después del entierro

La conmoción causada por la muerte de Néstor Kirchner me llevó a aplicarme fuertes dosis de medios de comunicación. Como su muerte coincidió con el día del censo, y al día siguiente me quedé en casa preparando clases, pude mirar mucho la televisión, conectarme asiduamente a Internet, leer varios diarios. Quizás para atenuar cierta perplejidad y desajuste personal.

Todos sabíamos que Kirchner era el político más poderoso del país. Necesitado de construir su poder desde arriba, dotado de impresionantes competencias estratégicas, asediado por algunos grupos de poder -como él mismo contó en la última entrevista que le concedió a
Página 12- se dedicó a conquistar a todos los sectores que podían complicar su gestión, con políticas, discursos o prebendas: los organismos de derechos humanos, los piqueteros, las agrupaciones de estudiantes universitarios, el PJ, los gobernadores e intendentes. Controló la calle. En cambio, justigó a las instituciones, a los partidos, a los medios. Se enemistó con todos los que no pensaban como él. Hace muy poco, en una clase de comunicación política mostré tapas y titulares de diarios críticos para ilustrar cómo Kirchner seguía imponiendo la agenda y seguía siendo representado por los medios como el gran protagonista de la política argentina.

Pero yo no sabía que fuera tan querido. Por allegados, que sufrieron sus retos y fueron humillados por él. Y, sobre todo, tan querido por el pueblo raso. Me consta que muchos empleados públicos fueron enviados al velatorio y que la CGT, cargada con la mala conciencia de Moyano, plantó sus cuadros y sus banderas desde la tarde misma del miércoles, pero la inmensa mayoria de los cientos de miles de personas que se arrimaron hasta la Casa Rosada o al trayecto del cortejo fúnebro o al entierro en Río Gallegos lo hicieron anegados de dolor, agradecidos por mejoras materiales contundentes: trabajo, aumentos salariales, asignación universal por hijo. En el interminable desfile de gente sencilla, de sectores medios y sobre todo de jóvenes que recuperaron en Kirchner la noción de militancia, descollaban, de tanto en tanto, imágenes conmovedoras: personas que prorrumpían en lágrimas, gente que declaraba a gritos su dolor y su amor. En una larga necrológica publicada en La Nación por Beatriz Sarlo dice que la muerte no mejora a nadie pero permite ver a quién le resulta más dura.

Como muchos fui gratamente sorprendido por las primeras medidas de Kichner Presidente y todavía le digo a mis amigos anti-kirchneristas que su gobierno será recordado como el más notable desde la recuperación de la democracia, por los resultados. Pero ya al final de su mandato y, sobre todo, cuando pasó a desempeñar la función de armador político de la Presidenta, me alejé más y más de sus tácticas. En una larga conversación que mantuve con Alberto Fernández, previa a una clase que fue a dar en mi universidad, me dijo que él había fomentado esa táctica de confrontación y división al inicio, cuando salíamos de una crisis terminal, había corporaciones dispuestas a complicar la gobernalidad y miles de personas embarcadas en la protesta social, pero que cinco años después resultaba anacrónica y hartante (con esas corporaciones humilladas y la disconformidad con ese estilo, en el fondo violento, por parte de todas las expresiones políticas no kirchneristas). Estoy de acuerdo con ese diagnóstico, pero la marea de reconocimientos al ex presidente, va a dejar en la costa otra imagen de Néstor Kichner, más compleja. No sólo la del líder autoritatio, también la del líder popular, el más popular de esta etapa de la democracia.

Una vez dije en una entrevista radial que para mí Kircher era como un maquiavelo al revés, en el sentido de que perseguía buenas políticas con fines malos: de cooptar a grupos conflictivos, de clientelismo, de acumulación obsesiva de poder. Entre los panegíricos no leí ninguno que hablara de sus virtudes, en cambio todos hablaban de sus logros. El peronismo, que se alinea siempre detrás del conductor, no basa el liderazgo en valores si no en los resultados. A su manera Kirchner era un pragmático. Por ejemplo, era prudente en el manejo de la caja que sólo él controlaba. Sabía y lo dijo que se necesita de dinero para hacer política. Sin embargo, extraño al peronismo tradicional, fue quien más reavivó ese peronismo, con la continuas convocatorias a la militancia y a las movilizaciones. Quedó clarísimo en las banderas, carteles, consignas, fotos de Perón y Evita que inundaron la Plaza de Mayo estos días.

¿Y Cristina Kirchner? Su presencia fuerte o dolorida durante 26 horas al lado del ataud de su marido, con estampa de Jackeline Kennedy, empezará a competir también con las imágenes más recurridas en los medios de la presidenta pedante, fría, ambiciosa. Para mi fue una actuación ambivalente, con momentos de quiebre por la muerte del único compañero de su vida y otros en los que se la veía muy conciente de estar portagonizando un episodio de la historia y capitalizando adhesiones para ella y para el futuro del proyecto, hasta ahora liderado por su ex-marido. De hecho, hubo en el velatorio mucho de puesta en escena, organizada por Parrilli, como la decisión de cerrar el cajón, de hacer la ceremonia en la Rosada, de prohibir el acceso a los camarógrafos y transmitir todo desde las mismas cámaras de Canal 7 (las únicas que nos acercaron las imágenes del salón de los próceres por todos los canales abiertos y de noticias, en la más impresionante transmisión "en cadena" de que se tenga recuerdo).

Creo que Cristina coincide con el ex presidente en despreciar el diálogo y el consenso y lleva más lejos algunas de las peores características de Néstor. Si él era pasional, desaliñado y desgarbado, de lenguaje poco florido, con pifies y seseoso, ella es cerebral, "fashion victim" y de excelente retórica. Hay analistas que hacen votos por que aparezca ahora la Cristina que la gente votó en el 2007, sin Néstor solplándole la oreja, es decir: la encargada de restañar la división de poderes, protejer los derechos civiles y la convivencia democrática. Lamentablemente no creo que sea así. Las voces más radicales dentro del kircherismo hablan de profundizar el modelo y cuando eso dicen se refieren a seguir desenmascarando a los sectores supuestamente poderosos y enfrentando el pueblo con las instituciones supuestamente poco democráticas. En un curso para equipos de comunicación de intendencias bonaerenses un alumno me cruzaba cada vez que yo intentaba abordar la cuestión de los medios desde una distancia académica. Cuando un colega le preguntó porqué estaba tan sensibilizado dijo: "lo que pasa es que vienen por nosotros". Ese temor se deja ver en algunas declaraciones de intelectuales en Página 12. Es el temor al vacío que deja la figura política que todo lo ocupaba. La Presidenta es inteligente y corajuda pero no es Kirchner y, además, ya no lo tiene a Kirchner. Esto lo saben los ultrakirchneristas (carta abierta, Héctor Timerman, el grupo de los íntimos, etc.), y por eso sobreargumentan en el sentido contrario. Aunque el kirchnerismo post Kirchner intentará recuperar sectores perdidos del peronismo, los tiempos que se viene, creo, son de abroquelamiento y de conflicto.

Esto ya se vislumbró en el velatorio. Ningún lider opositor pudo saludar personalmente a la Presidenta. Ni el bueno de Ricardo Alfonsín, que hace un año había recibido el saludo de ella con ocasión de la muerte de su padre. A Cobos, Aníbal le pidió que no fuera. Muerte política para el desleal al cuadrado si la traición pasa a ser el peor de los pecados. Tampoco Duhalde fue a la Rosada, y ya se dice que se quedó ahora sin blanco político. Máximo Kirchner dictaminó con un gesto de su cabeza que los diputados del Peronismo Federal no podian acceder a su madre para darle el pésame. Más coherente, Elisa Carrió, la más coherente de los adversarios de Néstor prefirió no hablar ni ir.

Estos días me sentí más cerca del kircherismo que del antikirchnerismo, sobre todo del antikirchnerismo recalcitrante de los que se alegraron con la muerte del ex presidente, que no le reconocen méritos o no están dispuestos a cuestionar un poco los prejucicios alimentados desde el discurso mediático. Según Eliseo Verón
hubo un brusco cambio de tonalidad en el flujo mediático. Quizás estén enviando mensajes en una botella con la esperanza de que la Presidenta al detectarlos los deje entrar, a los medios, en la tregua política que habrá de acá a fin de año.

La gente sabe se llama un libro de la socióloga Ruth Saitu. Néstor Kirchner fue el primer presidente peronista agnóstico, pero la muchedumbre se persignaba frente al ataúd, le regalaba rosarios a Cristina y pegaba estampitas de la Virgen en el rejado frente a la casa rosada. Las cartas escritas, las ofrendas, las rosas, fueron otros tantos mensajes de paz. El duelo de esa gente es sagrado. Algo del sentimentalismo de los argentinos, sí, pero también de la forma en que la emoción está compareciendo en el espacio público por estas épocas. Nietzsche decía que escribimos para liberar espacio en nuestra mente. Si eso fuera cierto, se me disculpará la extensión de esta entrada.

6 comentarios:

  1. Damian querido, de lo mejor que he leído en estos días. Gracias.

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  2. De lo mejor que leí en estos días. Damian, gracias.

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  3. Por un momento me engañé con la idea de tregua, pero por ahora, no la hay. Muy buen análisis.

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  4. Muy buen analisis Damian!

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  5. Un análisis serio y ecuánime, coherente y profundo.

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  6. Muy bueno Damian. Tu estilo seco, prolijo y sagaz es casi sherlockhomiano.
    abrazo
    Tom The Wolf

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