jueves, 15 de marzo de 2007

Clase inaugural: La mujer y la comunicación

Es probable que de las palabras de este simple título la que más quede destacada en esta clase sea la “y”. Sucede que en la colación de grado de FC del año pasado constaté, una vez más, que estaba entregando el título a más mujeres que a hombres. Concretamente: a 56 mujeres y a 29 hombres. Efectivamente, de los 468 graduados que suma la facultad, el 70 % son mujeres. Y, además, algunos de los puestos más altos ocupados por graduados de FC, son cubiertos por mujeres. Así, por ejemplo, en Nueva York, la Strategic Planner de la Agencia publicitaria multinacional Euro RSCG; en Londres, la encargada del equipo de investigación de CNN; en Washington, la persona de relaciones institucionales del Council of the Americas son graduadas de FC. En contra del mito machista según el cual las alumnas son más aplicadas pero menos inteligentes que los hombres, de las trece medallas de oro otorgadas por la facultad hasta ahora, diez fueron para alumnas. Sin embargo en las empresas de comunicación y en las áreas de comunicación de las empresas las mujeres aún son minoría, y, de acuerdo con datos de INDEC de 2006, en similares puestos de trabajo, las mujeres argentinas ganan un 30% menos que los hombres. Estas constataciones me llevaron a elaborar, no sin cierto nerviosismo, un discurso sobre la relación entre la mujer y la comunicación. Contra mi pronóstico, el Rector me pidió que hablara de ese mismo tema en esta clase inaugural.
¿Por qué tantas mujeres se inclinan por la comunicación? ¿Qué aporte supondría el predominio de las mujeres en los departamentos de comunicación de organizaciones poco habituadas a que ellas definan sus estrategias?
En relación con la primera pregunta, además del dato de que la matrícula femenina crece en todas las carreras, aventuro que las mujeres se orientan hacia carreras de comunicación porque la índole femenina está en mejores condiciones de captar la esencia de la comunicación. Por eso, más que hablar de cómo nos puede ayudar la comunicación a entender a la mujer, me gustaría proponer que algunos rasgos comunicativos de la mujer nos pueden servir para pensar mejor la comunicación.

Una de las investigadoras que se ha ocupado de manera más sistemática de las diferencias de comunicación entre mujeres y hombres, Deborah Tannen, afirma que unas y otros habitan distintos mundos de palabras y, por eso, propone considerar la conversación entre mujeres y hombres como una “conversación transcultural”
[1]. Pero así como solemos advertir la necesidad de adaptarnos cuando entablamos una conversación con una persona oriental, por ejemplo, al menos los hombres, no hacemos ningún esfuerzo por adaptarnos en nuestras diarias conversaciones con mujeres. Como reza el título de un libro: Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, sin advertir los traductores, quizás, que es a los hombres a quienes están calificando de marcianos.
Algunos de los libros de Tannen me los prestó mi colega Patricia Nigro y me llamó la atención cómo había subrayado párrafos en donde se hablaba de peculiaridades comunicativas de los hombres en vez de otros párrafos, que hubieran sido más destacables para mí, en los que se hablaba de las peculiaridades discursivas de las mujeres.

No creo que exista el misterio femenino. La mujer es un enigma para el hombre “casi” tanto como el hombre lo es para la mujer. Si esto segundo se da con menos intensidad se debe a la mayor capacidad que tiene la mujer para entender lo diverso, y no a que los hombres seamos menos extraños.
Entre otras diferencias de comunicación Tannen señala: que las mujeres tienden a manifestar los problemas para compartir experiencias y los hombres tenemos el “tic” de dar consejos o suministrar soluciones que ellas no nos habían pedido.
Que no siempre que una mujer dice “lo siento” se está disculpando, ni siempre que dice “si” está manifestando su acuerdo. La mayor parte de las veces, con estas expresiones está manteniendo el vínculo que, según ella, cualquier conversación instaura.
Que las mujeres recuerdan los detalles de las narraciones pero no los chistes, que mezclan los temas laborales con los personales, que usan la sugerencia y el pedido indirecto y que todo eso tiene que ver con su preocupación por las personas concretas que se manifiesta de esa manera en su discurso.
Que disimulan su seguridad allí donde los hombres disimulamos nuestra inseguridad, porque, también en contra del estereotipo sexista, a la mujer le suele parecer patética la jactancia que manifestamos los hombres al hablar en público.
[2]
Más en general, la linguista propone que las diferencias discursivas revelan cómo perciben hombres y mujeres la vida social. El hombre se entiende como un individuo que se enfrenta a un orden social jerárquico, tiene como ideal la independencia y entabla con los demás relaciones asimétricas: guiadas por el estatus, la competencia y el conflicto.
La mujer, en cambio, se entiende como un individuo en medio de una red de conexiones, aspira a la intimidad en unas relaciones que generalmente percibe como simétricas: entre pares, entre semejantes. De allí que la mayoría de los hombres centren su comunicación en si mismos y las mujeres en el otro. Los primeros mantienen conversaciones informativas y las segundas, afectivas. Conversaciones en donde lo más importante es establecer vínculos, negociar relaciones, compartir experiencias.
Comprender el modo femenino de comunicarse es útil para entender mejor la comunicación. La comunicación, la pública, la institucional también, debería llegar a ser interacción, conversación, intercambio cooperativo, a la manera de la conversación privada. Hay profesores de comunicación que sostienen que los medios periodísticos deben guiarse por la lógica de la conversación y que la comunicación empresaria debe seguir el modelo de la conversación
[3].
Veamos, entonces, algunas notas del estilo femenino de la conversación que se puedan aplicar a la comunicación pública. En mis clases suelo decirle a mis alumnas que admiro la virtud que tienen de hablar a la vez y entenderse, y agrego, sin ninguna ironía, que creo que eso se debe a que visualizan la conversación como una construcción colectiva, como el coro polifónico que hoy alegra este acto. Esta observación viene corroborada por la ciencia. La misma Tannen demuestra que cuando se analizan linguísticamente los solapamientos entre los interlocutores de las conversaciones, se pueden distinguir dos tipos. Por un lado, las interrupciones, caracterizadas porque con ellas se discute un supuesto o se cambia abruptamente de tema, suelen estar a cargo de los hombres. Por otro lado, la superposición cooperativa de las mujeres.
Las mujeres no suelen interrumpir sino yuxtaponerse al habla del otro en forma solidaria, para apoyar su punto de vista o para mostrar empatía. Es decir, no para ejercer un poder como los hombres sino para establecer un vínculo, guiadas no tanto por los buenos modales como por un gran compromiso con la palabra ajena.
La lingüística cognitiva afirma que nuestra comprensión de los debates cambiaría si en vez de caracterizarlos con metáforas bélicas (atacar el flanco débil, atrincherarse en la propia posición) empleáramos otras metáforas, como podría ser la del coro polifónico. Estar continuamente alertas a todo lo que comprometa nuestra propia independencia es para los hombres una consecuencia lógica de entender la organización social desde un marco de interpretación agonístico, en el cual la vida consiste en una serie de contiendas en las que se pone a prueba la fortaleza de cada uno contra los que quieren imponernos su voluntad.
Así, al hombre le importa más aportar su punto de vista que acordar; para la mujer, en cambio, el desacuerdo es desagradable, el disenso fuerte es una amenaza para la relación. Los hombres vivimos en un mundo donde el poder proviene de la acción individual contra otros. Para las mujeres, la comunidad es la fuente de poder. Una comunidad que se construye con la comunicación, como lo revela la raíz común de estas palabras. Entender la comunicación como cooperación: he aquí una primera enseñaza del estilo femenino de conversar.
Una segunda nota viene dada por la orientación de la mujer al habla privada. Todavía en nuestra vida pública la palabra de la mujer parece ser apenas un complemento de la del hombre. A la mujer se le permite hablar en menos ocasiones -basta pensar, por ejemplo, en las reuniones sociales con matrimonios o en las asambleas de las empresas-, y paradójicamente se la suele asociar con la incontinencia verbal.
Un chiste machista cuenta que una mujer presentó una demanda de divorcio contra su marido porque hacía dos años que no le hablaba. Cuando el juez le preguntó al marido por qué hacía dos años que no le hablaba éste le respondió: “Porque no quería interrumpirla”. Sin embargo, con poca experiencia que uno tenga de conferencias habrá advertido que cuando se da lugar a las intervenciones del público, los hombres suelen ser los primeros en tomar la palabra y suelen extenderse en comentarios previos a sus extensas preguntas. En general es el hombre el que se siente cómodo parloteando frente a la concurrencia. El motivo por el que, a pesar de esto, se asocia a la mujer con la locuacidad es que ellas hablan en contextos en el que los hombres no lo hacen
[4]: en triviales charlas de camaradería, por teléfono o en el rincón de una sala. Esas trivialidades son el cemento mismo de la sociabilidad. Tengo un amigo que cada vez que el peluquero le pregunta cómo quiere que le corte el pelo le responde: “en silencio”. La peluquería, en cambio, es para la mujer un lugar intermedio entre el espacio íntimo y el espacio público, como lo puede ser también el club o la salida del colegio de los hijos.
Para Benedetta Craveri el arte de la conversación en los salones de la Francia del Siglo XVII tuvo una gran influencia sobre la configuración de la vida civil y en esas conversaciones, llevadas del hogar al salón, era la mujer la promotora de los sentidos colectivos: “Era la utopía de otro lugar feliz, de una isla afortunada, de una arcadia inocente donde olvidar los dramas de la existencia, donde albergar la ilusión de la propia perfección moral y estética, donde corregir las fealdades de la vida y remodelar la realidad a la luz del arte.”
[5]
En el hogar el hombre se siente con la libertad de callar y la mujer de hablar
[6]. Las mujeres no sólo son mejores que los hombres en ese arte de la conversación privada o semi-pública, sino que también aprecian más el silencio. Tantas veces hoy los medios sustituyen con su barullo las conversaciones de antes. Pero el torrente de palabras resalta, por contraste, la necesidad del sosiego: hablar empleando el tiempo preciso para que la conversación avance al ritmo marcado por las propias personas[7]: de eso saben más las mujeres. Los hombres somos expeditivos, no tenemos tiempo para conversar, buscamos la productividad en la interacción.
La mujer se siente cómoda con el habla privada porque allí desaparecen los roles y comparecen las personas concretas. ¿Es esa focalización hacia las personas algo natural o cultural para la mujer? La perspectiva de género, hoy dominante en los estudios feministas y en las organizaciones de reivindicación de los derechos de la mujer, considera que toda identidad sexual es construida. Es altamente probable que no dispongamos todavía de los elementos necesarios en la psicología de los sexos para poder hacer afirmaciones sobre la estructura psicológica de la mujer con independencia del factor cultural
[8], pero me gustaría transmitir la opinión coincidente de tres filósofas europeas que, en contra de la perspectiva de género constructivista, reivindican una distinción antropológica de la mujer completamente coherente con el estilo comunicativo apenas esbozado. Se trata de pensadoras que se embarcaron en la difícil tarea de elaborar un pensamiento cristiano y a la vez significativo para la mujer y el hombre contemporáneos.
Quisiera citar en primer lugar un párrafo de La mujer, texto fundacional de Edith Stein, en este aspecto inspiradora de las otras autoras que citaré después:
“La impostación de la mujer se dirige a lo personal vital, y a la totalidad. Proteger, custodiar y tutelar, nutrir y hacer crecer: he ahí su deseo natural, puramente maternal. (…) Compartir la vida de otro ser humano y participar en todo lo que le afecta, en lo más grande y en lo más pequeño, en las alegrías y en los sufrimientos, pero también en los trabajos y problemas constituye su don y su felicidad. El hombre va a ‘lo suyo’ y espera que los otros muestren al respecto interés y disposición para la ayuda; en general le resulta difícil ponerse en lugar de otros seres humanos y en las cosas de otras gentes. Esto, por el contrario, le es natural a la mujer y es capaz de penetrar empática y reflexivamente en ámbitos que a ella de suyo le quedan lejos y de los cuales jamás se hubiera preocupado si no hubiese puesto en juego al respecto un interés personal”
[9]
El segundo es un texto de la teóloga alemana Jutta Burgraff, profesora de la Universidad de Navarra:

“El hombre y la mujer no se distinguen, por supuesto, a nivel de sus cualidades intelectuales o morales, pero sí en un aspecto mucho más fundamental y ontológico: en la posibilidad de ser padre o madre. Es esta indiscutiblemente la última razón de la diferencia entre los sexos. La maternidad no debe reducirse al terreno fisiológico. Numerosos pensadores recordaron repetidas veces la maternidad espiritual, algo que no tiene nada que ver con lo sumamente suave, sentimental y delicado que desde tiempos recientes tanto se lleva ensalzando en la literatura ecológica. La maternidad espiritual puede indicar proximidad a las personas, realismo, intuición, sensibilidad para las necesidades psíquicas de los demás y fuerza interior.
Indica, expresándonos con cautela, una capacidad especial de la mujer para amar, un talento particular para reconocer y destacar al individuo dentro de la masa”.
[10]
El último fragmento es de Approcio all’ antropologia della diferenza de Marta Brancatisano, profesora de la Universidad de la Santa Cruz:
“La mujer –a través de la maternidad- descubre la insustituible importancia de las relaciones humanas: prioridad existencial respecto de cualquier otra experiencia (…)
El conocimiento en la mujer tiene como punto de partida al ser humano más que a las cosas. Su capacidad de orientarse en el universo radica en la relación humana y pasa –a través de él- a las cosas; como si las personas fueran los lentes a través de las cuales la mujer viera el resto del mundo…Mientras que el conocimiento de las cosas se acompaña de un sentido de dominio sobre ellas, el conocimiento del ser humano provoca en el sujeto cognoscente el sentido del límite. El conocimiento del ser humano, que nadie realiza tan a fondo como la mujer, la introduce naturalmente en el más auténtico sentido del misterio.
[11]
Me interesa destacar la coincidencia de estas autoras respecto de la presencia de una orientación antropológica a la maternidad que incide siempre sobre la inclinación de la mujer por las personas, independientemente de que sea o no madre.
Aunque la perspectiva de género posmoderna ha reemplazado al feminismo moderno, sus herramientas intelectuales siguen siendo las mismas del racionalismo ilustrado: la taxativa separación entre naturaleza y cultura, entre res extensa y res cogitans. Si al inicio de la modernidad la mujer parecía determinada por la naturaleza, al final de la modernidad ser mujer es algo completamente cultural. La orientación a la maternidad, que parecen coincidir en señalar las autoras citadas, en cambio, sería un aspecto de la feminidad, ni necesaria ni suficientemente biológico, si no, más bien, una categoría que actúa dialécticamente entre el polo biológico y el polo cultural de la identidad sexual. La conversación cooperativa y el habla privada son dos indicadores discursivos de la focalización en las personas que deriva de la orientación a la maternidad de la mujer.
Por todo esto, el aporte de la mujer a la comunicación en las organizaciones para mi consiste en recolonizar el espacio público hoy secuestrado por la cultura del conflicto, con un discurso femenino preocupado por cada persona. No se trata, pues, de replicar en el dominio público el discurso del hombre. Un discurso tantas veces egoísta, prepotente, donde no parece haber lugar para la autocrítica o para la fragilidad. Confrontar, discutir, gritar, litigar son formas masculinas de empobrecer la función de las palabras en el armando de la sociedad. “Solo la pura violencia es muda”, dijo Hannah Arendt. El discurso masculino es, a veces, una violencia continuada por otros medios.
En estos momentos, en nuestro país se está conformando como política de Estado una manera de entender la feminidad, desde la mencionada perspectiva de género, algunas de cuyas patrocinadoras, incurren en estas operaciones de las que hablaba la escritora Tununa Mercado:
“atribuirse ser la voz de las humilladas, ‘concientizar’ por verse más concientes, hacer callar al otro o a la otra (…), cautivar auditorios, ganar espacios de grandes y pequeños poderes, penetrar las bases, robar talentos ajenos, figurar, (…) mimetizarse con la política, etc, etc.”
[12]
Frente a ese feminismo, calcado del machismo, las mujeres deberían poder hacer valer su criterio femenino en las cuestiones públicas que las tienen como protagonistas: pienso, por ejemplo, cuando a propósito del aborto se apela al derecho de la mujer sobre su propio cuerpo, ese reclamo me parece impuesto a la mujer por afuera de su experiencia de la orientación antropológica a la maternidad, dado que sólo una madre, guardiana de la vida, experimenta en primera persona el milagro de que su cuerpo pase a ser incuestionablemente el cuerpo del otro más amado, del hijo.
Hay, por fin, otro aporte que la mujer puede hacer a las organizaciones a partir de la experiencia que le aporta su orientación antropológica a la maternidad. En la facultad de comunicación, donde la mitad del personal es femenino y procuramos facilitar la conciliación entre el trabajo y la familia (por ejemplo, fue nuestra facultad la que creó y tuvo a cargo por años la guardería de este edificio), ya tenemos experiencia de lo que voy a decir a continuación.
En la medida en que la mujer es plenamente conciente de que el trabajo no es algo absoluto, ni el lugar donde se juega la propia identidad, sino que lo definitivo y lo que le asigna identidad a cada uno es el amor en el hogar, ejerce su profesión con más libertad. No se obnubila, no deja de ver en las relaciones laborales antes que nada relaciones personales. Por la permanencia del criterio cultivado en el hogar de privilegiar el afecto por las personas, la mujer incurre menos en la reducción de la organización a una mera estructura de poder, algo que, como vimos, comparece también en su forma de comunicarse.
Decía Nietzsche que la mujer es muchísimo más mala que el hombre. San Josemaría Escrivá inspirador de esta universidad no pensaba así, más bien quería que la feminidad llegara más y más al espacio público. Ya en 1968 afirmaba: “La mujer está llamada a llevar a la familia, a la sociedad civil, a la Iglesia, algo característico, que le es propio y que sólo ella puede dar: su delicada ternura, su generosidad incansable, su amor por lo concreto, su agudeza de ingenio, su capacidad de intuición, su piedad profunda y sencilla, su tenacidad…”. Nosotros podemos facilitar que esto suceda más en la universidad.
Y como último componente demagógico de esta clase, le dedico el aplauso de rigor a las mujeres que trabajan en la Universidad Austral. Muchas gracias.

[1] Tannen, Deborahh. Tú no me entiendes, Buenos Aires, Vergara, 1991 (1ª edición, 1991); Género y Discurso, Barcelona, Paidós, 1996 (1ª edición, 1994), 82.
[2] Cfr. Tanen, Deborah. Tú no me entiendes, Buenos Aires, Vergara, 1991 (1ª edición 1991) y La comunicación entre hombres y mujeres en el trabajo, Buenos Aires, Vergara, 1996 (1ª edición 1994).
[3] Cfr. Carey, James W. “The Mass Media and Democracy. Between the Modern and the Postmodern” en Journal of International Affairs, summer 1993, 47, n. 1. Gianfranco Bettetini, Semiotica della comunicazione d'impresa, Studi Bompiani, Milano, 1993.
[4] Cfr. Tanen, Deborah. Tú no me entiendes, Buenos Aires, Vergara, 1991 (1ª edición, 1991), 70 y ss.
[5] Craveri, Benedetta. La cultura de la conversación, Madrid, Ediciones Siruela, 2003.
[6] Tannen, Deborah. Tú no me entiendes, Buenos Aires, Vergara, 1991 (1ª edición, 1991), 85.
[7] Le Breton, David. El silencio. Aproximaciones, Madrid, Sequituur, 2001 (1ª edición 1997), 1-13.
[8] Vid. Burgraff, Jutta. Mujer y hombre frente a los nuevos desafíos de la vida en común, Pamplona, Eunsa, 1999.
[9] Stein, Edith. La mujer, Madrid, Palabra, 1998, 26-27.
[10] Burgraff, Jutta. Mujer y hombre frente a los nuevos desafíos de la vida en común, Pamplona, Eunsa, 1999.
[11] Brancatisano, Marta. Approcio all’ antropologia della diferenza, Roma, Edizione dell’ Universitá della Santa Croce, 2004, 76, 78.
[12] Mercado, Tununa. “El tiempo de una poética femenina” en Feminaria, Buenos Aires, V, n. 9, noviembre de 1992.

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