El viernes 10 de junio en el acto de graduación de la Maestría en Gestión de la Comunicación en las Organizaciones y de la Maestría en Gestión de Contenidos de la Universidad Austral, al que se sumó la entrega de diplomas de las dos últimos doctores de la Facultad de Comunicación, pronuncié un discurso sobre el tipo de formación de posgrado en comunicación que, en mi opinión, hoy demanda la sociedad. He aquí un extracto:
Quería contarles que la semana pasada estuve en la Universidad de Navarra participando de unas jornadas sobre gestión académica de facultades de comunicación junto a directivos de dieciocho países de Europa, África, Asia y América Latina. Me llamó la atención la persistencia, en nuestros intercambios, de algunas tensiones ya presentes desde que entró en la academia la comunicación. Tensiones entre teoría y técnica, investigación crítica y empírica, orientación de la universidad al mundo científico o al profesional.
La Facultad de Comunicación de la Universidad Austral se prepara para celebrar sus veinte años. Desde hace tiempo que está intentando, con más o menos éxito, superar estas dicotomías. No tenemos duda de que el estudio y la investigación típicamente académicos tienen mucho para aportar al sector empresarial de la comunicación y a las áreas de comunicación de las instituciones (...).
Por tanto, los asuntos sobre los que tratamos en nuestras aulas de posgrado–estrategias, tomas de decisiones, planificación- y las herramientas con que procuramos hacerlo –modelos, casos, buenas prácticas- se mueven en un ámbito práctico. Territorio que no es el de la contemplación propia de las humanidades clásicas pero menos aún el conocimiento técnico que se imparte en las carreras vocacionales (...) Arduamente, procuramos que este cruce entre la profundidad y rigor del contexto teórico-metodológico y la aplicabilidad se reproduzca en todas las actividades, desde las clases hasta el trabajo final.
En mi opinión es cada vez más necesario que esto sea así porque la complejidad creciente de los mundos corporativos y públicos exige más que nunca de saberes expertos y prácticos a la vez. La comunicación, creo yo, no consiste en saber hablar, escribir, diseñar, manejar tecnologías. Más bien consiste en solucionar problemas sociales y humanos a través de esas herramientas.
Porque, en el fondo, ¿qué es lo que aporta el comunicador a su organización o a la sociedad? ¿Qué es lo que en el curso normal de los hechos no sucede sin expertos en comunicación? Sin comunicación experta puede haber saberes en alguna torre de marfil o facultades en algún reducto de poder pero no llegarán adecuadamente a sus destinatarios. Sin comunicación experta no hay internalización de las estrategias por parte de los miembros de ninguna organización, con el riesgo de disgregación que eso implica. La comunicación puede hacer la diferencia entre la resistencia y la cooperación, entre la incomprensión y la comprensión, entre el disenso y el consenso.
En El Banquete de Platón (nada que ver con el modesto cocktail que tendremos al finalizar el acto), Agatón invita a Sócrates a reclinarse a su lado, aventurando que quizás de ese modo se le contagie algo de su sabiduría. El Filósofo le responde, no sin ironía:
“Bueno sería, Agatón, que el saber fuera de tal índole que, sólo con ponernos mutuamente en contacto, se derramara de lo más lleno a lo más vacío de nosotros, de la misma manera que el agua de las copas pasa, a través de un hilo de lana, de la más llena a la más vacía”.
Las verdades no pasan de uno a otro sin comunicación. Yo diría que hoy se le presentan dos desafíos a la reputación del experto en comunicación. Uno es antiguo, el otro nuevo. El antiguo es cierto mesianismo de quien se supone poseedor de la verdad y la baja a sus destinatarios, enunciándola desde su propio contexto mental, sin someterla a debate y procurando una aceptación automática. Efectivamente, un liderazgo así no necesitaría de la comunicación. Aunque esto es cada menos frecuente en las organizaciones modernas, sigue siéndolo en el terreno político.
Recientemente he analizado los discursos pronunciados por la presidenta Cristina Kirchner el año 2008 con ocasión de la protesta de las entidades del campo. En ellos se perfila una pequeña teoría del disenso, pero pensado desde sus límites. La Presidenta por liderar un gobierno constitucional, elegido por el voto popular, considera que puede exigir que los disidentes entiendan sus razones, ya que dice representar la posición del conjunto de la sociedad contra el punto de vista sectorial de sus adversarios. Incluso cuando convoca al diálogo lo hace aclarando que una vez escuchadas las demandas de la otra parte ella tomará la decisión que le parezca. No encontré en esos discursos propuesta alguna de negociación. Muchos líderes de la oposición se comportan exactamente igual al interior de sus partidos o en el proceso de armado de coaliciones. En la política argentina pareciera que sobran mesiánicos y faltan expertos en comunicación.
El nuevo desafío es, en cierto sentido, opuesto al anterior. Vendría de la tendencia actual a privilegiar la inmediatez, el rumor y la revelación brutal de la información. En el mundo de Wikileaks y twitter, donde las redes sociales sirven indudablemente a los fines políticos de los públicos, como se ve claramente en las revueltas en medio oriente, donde todos testifican con fotos y video o todos narran los hechos en sus blogs, pareciera que nadie necesita de un experto en comunicación, sea editor, gerente de asuntos públicos o community manager.
Una conclusión semejante, sin embargo, sería falaz. Las nuevas tecnologías de la comunicación han contribuido a incrementar la complejidad del espacio público, a transgredir cada vez más las fronteras entre público y privado, servicio y negocio, profesional o amateur y por tanto requieren cada vez más de comunicadores, agentes de tránsito que orienten y evalúen, moderadores de esta extensa conversación. Sólo el que conoce bien las reglas del juego puede, además de participar en él, guiar a los otros jugadores, demasiado pegados a sus movimientos inmediatos. El experto conoce las aplicaciones concretas pero puede subir también al balcón de la meta-comunicación para contar desde arriba cómo es el escenario completo.
De modo que creo que ustedes retoman sus trabajos en un buen momento, en el que se necesita más que nunca del saber experto. Un saber de gestión, práctico, con el que se trata no de hacer cosas ni de contemplar una verdad abstracta sino de hacer verdad. Hacerla en el sentido de buscar la forma de solucionar los problemas, de transmitir de manera convincente las propias convicciones, de moverse en el terreno de los públicos para mover a los públicos.
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