sábado, 20 de junio de 2009

Las candidaturas testimoniales como metáfora

Publicado en Post, newsletter de graduados de la FC de la Universidad Austral

En el escenario electoral en el que se cruzan el discurso político y los medios de comunicación, con frecuencia se crean y se difunden términos, metáforas, modelos con los que definir y comprender las situaciones sociales. Desde hace tiempo, la política se realiza muy cerca de los medios, y los periodistas tienen entre los políticos a sus principales informantes, y en el discurso político su cantero terminológico.

A mediados de abril de 2009, Néstor Kirchner empezó a verificar, encuestas en mano, que el Frente para la Victoria podía perder en casi todo el país. El Gobierno había adelantado las elecciones para junio y el propio Kirchner había propuesto que en estas elecciones se plebiscitaba el gobierno de su mujer (con una típica retórica de poder a la defensiva: “después de mí, el caos”).

Entonces, concentró su objetivo en la provincia de Buenos Aires, que congrega al 36 % de los electores. Imprevistamente encontró resistencias en los cuadros bonaerenses: los intendentes con mejor reputación que el gobierno nacional no querían dilapidar su capital simbólico tras una causa difícil.

Allí apareció la idea de reforzar la campaña (y las boletas) con nombres más “marketineros”, al menos para el disputado imaginario peronista. Como, obviamente, ningún intendente estaba dispuesto a abandonar su cargo para convertirse en uno más de 257 diputados, se les pidió que aportaran su adhesión y su nombre para ser presentados como candidatos, aún cuando nunca asumieran la banca conquistada. Nacían las candidaturas testimoniales.

La frase fue adoptada rápidamente por los medios (más rápido por La Nación que por Clarín). La artimaña fue objeto de gran vituperio entre los columnistas políticos (Morales Solá, Eduardo van der Kooy, Alfredo Lueco), con excepción de Horacio Verbitsky, quien más bien apuntaló la táctica proselitista de Kirchner. La frase empezó a circular por diversas secciones de los diarios: en La Nación, por ejemplo, se habló de equipos que son candidatos testimoniales para el trofeo de fútbol (en Deportes), y de patrulleros testimoniales, que la policía deja estacionados (en Información General).

En la política siempre hay marketing, retórica, lobby, negociación. Pero estas herramientas se espera que estén, más lejos o más cerca, alineadas con una gestión que se quiere facilitar o con un programa que se quiere implementar. Un candidato testimonial, en cambio, es sólo estrategia, puro discurso. La paradoja de la estratagema es que todos saben que es una estratagema: la oposición, la Justicia y la gente. Es probable que el falso candidato sea popular, pero que su candidatura testimonial sea un fenómeno más negativo que positivo, hubiese sido el mismo candidato dispuesto a asumir el cargo. Negativamente popular, como los personajes de Gran Cuñado (programa que podría interpretarse como la reacción de la ficción televisiva a la ficción política).

Así, propongo considerar a los candidatos testimoniales como una doble metáfora. Metáfora de la política kirchnerista en declive y, más en general, metáfora de la situación política del país.

Desde el final de su propio mandato y más ahora que gobierna su mujer, pero siempre desde Olivos, Néstor ha privilegiado en la política la gestión de la influencia por sobre la gestión propiamente dicha (es decir, la solución de los problemas públicos). Su territorio es el de las elecciones, las encuestas, las designaciones, el disciplinamiento de funcionarios, los despidos, la confrontación con diversos sectores, el apriete. A los gobernadores e intendentes K se les aplica literalmente la frase de Borges: “no los une el amor sino el espanto”. Es sabido que el temor al escarmiento es lo que le queda de poder a Kichner. Ahora bien, nunca quedó demostrado, en toda la era K, que su poder emanase del entusiasmo popular, ni siquiera del apoyo del peronismo. Así, el candidato testimonial es un último artilugio de esta metodología, de este populismo ya poco popular.

La mentira que contiene la idea del candidato testimonial; las insostenibles situaciones de discurso de Daniel Scioli, en las que tanto el enunciador como sus destinatarios saben que está mintiendo aunque no lo expliciten (salvo Mirta Legrand); las denuncias de la oposición y de la Justicia; la ambigüedad esgrimida como defensa e instalada de ahí en más en las declaraciones de los candidatos, todo esto, sumado a la centralidad que ha adquirido Gran Cuñado en la conversación social, ha contribuido a que nos pasásemos hablando mucho tiempo de lo que es evidente que no es (aunque se presente como si fuera): de mentiras, de ficciones, de construcciones discursivas.

Si cuando uno vota por legislador vota el nombre de una persona que cree idónea para el puesto, ¿qué queda de ese nombre cuando sabemos que no va a asumir?, ¿y qué queda del discurso del candidato de la oposición cuando se focaliza en denunciar la trampa? Una elección así se podría haber dirimido con las expulsiones en Gran Cuñado. Las candidaturas testimoniales se revelan, entonces, una metáfora de un sistema sostenido por un debate reducido a “chicanas”, denuncias, cuestiones de forma (en el sentido de opuestas a las de fondo: la economía real, el empleo, la seguridad…).

No creo que Kirchner haya querido enfilar el debate para este rincón fantasmagórico. El hecho es que las candidaturas testimoniales se han llevado mucha atención de la gente. En el último tramo de la campaña, pienso, importa recuperar el sentido de estas elecciones legislativas: facilitarle a Cristina Kirchner las condiciones para que complete su plan de gobierno o introducir un fuerte componente de control parlamentario de un gobierno que se ha pasado por encima varios recaudos institucionales.

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