sábado, 20 de junio de 2009

La venganza semiótica

“Gran Cuñado”, el segmento de sátira política del popular programa televisivo de Marcelo Tinelli, ha despertado este año el interés de diversos públicos. En primer lugar, de la audiencia, que alcanzó un rating de más de 40 en los primeros envíos. Se trata de cuatro millones de argentinos sintonizando coincidentemente la TV. Pero, además, los medios han ido a buscar comentarios de políticos y expertos, especialmente de analistas de medios y de opinión pública.

El Gobierno se preocupa por la caricatura de la Presidenta, al punto de que procura que sea removida pronto del programa, los candidatos dicen mentirosamente no mirarlo o dejan trascender su malestar. Los analistas están casi seguros de la influencia política del programa. Cuando la parodia se basa en una característica positiva, sostienen, el candidato sale favorecido (como Kirchner, quien es presentado como bromista). En cambio, cuando se extrapola una circunstancia negativa, el político queda mal parado (como Julio Cobos, a quien se muestra apesadumbrado, como un De la Rúa redivivo).

Si sumo un comentario más a los muchos habidos, es porque el fenómeno “Gran Cuñado” no me parece trivial y porque se me ocurre una hipótesis diversa, consistente con los resultados que viene dando la investigación académica sobre medios de comunicación. Me interesa conjeturar el punto de vista del público más experto en el fenómeno y menos consultado: la audiencia.

La audiencia de “Gran Cuñado” es aún mayor si le sumamos a quienes vieron videos del programa en las diversas repeticiones que saturan la misma televisión, en las páginas web referidas a la TV, en los diarios on line, o en You Tube.

Entonces, sin duda, los nombres y la figura de los 19 políticos que parecen en el programa van a estar mucho más presentes en las conversaciones de la gente por estos días. Esto beneficia más a los políticos que no tienen garantizada tanta presencia mediática y menos a los mediáticos y al poder. Por eso, así como varios políticos se asustaron al enterarse de que iban a ser caracterizados en “Gran Cuñado”, otros pugnaron por entrar.

Las audiencias no sólo están conectadas en forma simultánea con el mismo contenido sino que están conectadas entre sí. Por eso el fenómeno del contagio es tan vertiginoso. Así como son de intensas son de breves estas rachas. Es probable que “Gran Cuñado” vaya perdiendo interés poco a poco y que en breve nadie hable de él. La cercanía de las elecciones, sin embargo, explica el temor de que su efímero efecto aún perdure cuando se acuda a las urnas o se termine de resolver el voto.

Hasta hace poco se consideraba que la gente se comportaba como ciudadana sólo cuando votaba o respondía encuestas y, en cambio, era consumidora al mirar televisión o navegar por Internet. Y se pensaba a este consumidor como un ente pasivo, a los medios cumpliendo una función narcotizante y al desinterés por la política como la principal consecuencia de esta conjunción.

Todo parece indicar que la gente también consume en clave política los medios y que muchas veces los usa como trampolín hacia la movilización. Hay pruebas de lo primero: en Argentina hay cinco señales de cable de 24 horas de noticias, algo insólito para el resto de Latinoamérica; los noticieros de los canales de aire tienen buenos índices de audiencia y extienden sus horarios; también se registran picos de entrada a los diarios on line cuando se espera el desenlace de un episodio crucial, como la votación de las retenciones.

Hay también pruebas de lo segundo: la gente se convoca a protestas, a través de mensajes de texto y de mails, a partir de noticias dramáticas, sea por la instalación de las pasteras en Uruguay, por el enfrentamiento del Gobierno contra el campo, por la inseguridad o por una medida de desalojo del Gobierno de la Ciudad.

La gente mira “Gran Cuñado” porque le divierten las burlas a los políticos. Esto ya es un uso político de la TV, una venganza semiótica, un breve carnaval en el que se puede reír de quien parece usar su poder para reírse de ellos. No es antojadiza esta interpretación: la gente deja suficientes rastros de esta lectura en los comentarios de los diarios digitales y en los foros de discusión.

El público no es tonto, no decide su voto por un programa humorístico. Pero si hay alguien que puede tener razón en temerle a “Gran Cuñado” ese es el Gobierno.

Mi hipótesis es que hay un rol vindicativo en el humor televisivo y esta función vengativa se ejerce contra el poder, y ahí sí el programa podría estar cumpliendo un papel de precalentamiento del voto castigo.

3 comentarios:

  1. ¿Mirar "Gran Cuñado" configura un uso político de la TV? Entonces, ¿el televidente de un partido de fútbol ejerce un uso deportivo de la TV y el que mira Arguiñano hace un uso culinario?

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  2. Javier: el contenido de Gran cuñado es la sátira de los políticos, lo que lo hace distinto a los otros ejemplos. En GC la gente vota que los candidatos se queden o se vayan. Si nadie tuviera la preocupación de que haya una consecuencia política del consumo de este segmento, ¿por qué tanto analista político le presta atención al fenómeno?, ¿por qué irían si no al programa de Naváez o Michetti y que se fatansee con que Kirchner cierra ahí su campaña? En Internet se dejan rastros abundantes de esta lectura política de GC.

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  3. Gracias por tu respuesta Damián.

    Nunca vi el programa (solo un clip del personaje de la KK en YouTube) y no sabía que la gente votara a los personajes del programa. Teniendo en cuenta lo que me decís, ¿es posible que se interprete los votos de los televidentes como un sensor de las intenciones de voto electoral?

    Quizá los analistas políticos le presten atención al programa no por el uso político que puedan ejercer los televidentes (sigue sin parecerme tan evidente, aunque tampoco he leído estos análisis) sino, quizás, por el uso político que le dan los propios candidatos. No dudo de que los políticos deseen capitalizar la visibilidad que alcanzan en el programa.

    Pero si yo voy a un mitin político a conquistar chicas -además de estar un poco loco- creo que ello, de por sí, no configura un "uso político" de mi asistencia a un acto que sí se plantea como tal.

    Yo diría que el uso que la gente le da al programa es -mayoritariamente- de entretenimiento.

    De todas formas, me parece interesante el planteo de los "usos" distintos al que fue planteado un producto. Para vos, por ejemplo, el uso de GC es académico, ¿no?

    un saludo

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