Un conflicto público siempre está en directa relación con la comunicación. Junto a los hechos, tanto en el comienzo, como en el nudo y el desenlace del conflicto, hay palabras, gestos: actos de comunicación.
En el caso del Gobierno y el campo esto llegó al paroxismo en los últimos días. El sólo hecho de que la Presidenta haya hablado a la población en cuatro oportunidades distintas en una semana muestra a las claras tanto su preocupación como su conciencia de la batalla que debía prestar en el terreno de la comunicación. También da cuenta de la confianza que tiene en su retórica: demasiada. En mi opinión sus cuatro discursos fueron como otros tantos actos de un drama que empezó y terminó de la peor manera para un acto de comunicación: sin considerar a la audiencia real.
El discurso de Cristina Kirchner del martes 25 funcionó como un precipitado del conflicto, ya que lo transformó de un problema sectorial -el campo que protesta por un nuevo aumento de las retenciones móviles- en un problema de la sociedad con su gobierno. Efectivamente, el mensaje logró que volviera a salir a las calles de las ciudades, multitudinaria y autoconvocada, la gente, ese actor político, temible por incontrolable, que nunca se había hecho sentir de manera tan contundente en la era K.
La Presidenta logró esta expansión del conflicto debido a una estrategia de comunicación muy desacertada, definir un enemigo equivocado: la oligarquía del campo (el mismo del peronismo de los años cuarenta). No es que no siga existiendo, sino que no representaba a los protagonista de los piquetes de huelga, algo mucho más complejo que incluía a los chacareros y pequeños productores con estrechos márgenes de ganancia y a los trabajadores rurales que sobreviven gracias al campo.
La creación de un enemigo, coherente con la metáfora de confrontación con las corporaciones instalada por su marido, condujo inevitablemente a la toma de posición de la audiencia respecto de los términos usados por la Presidenta para encuadrar el conflicto. Y la gente tomo posición por el campo. El enemigo sonó a ideológico y no generó cohesión de nadie en contra de él. Todo fue ideológico –en el sentido de poco realista- en aquel discurso, desde la alusión inicial al golpe del 76 –que instaló el tema del derrocamiento, evocado inmediatamente después por los cacerolazos- hasta la amenaza final de que no iba aceptar extorsiones –con la que Cristina Kirchner voló el puente del diálogo. Algo que a esa altura se esperaba del Gobierno y no de los que realizaban la huelga, que no sabían a quién dirigirse para protestar por una medida extrema e inconsulta. Mucha gente que nada tiene que ver con el campo seguramente colocó en el cacerolazo su protesta por el autoritarismo sellado en este discurso.
Luego la Presidenta ya no pudo salir de este errado supuesto inicial. En la alocución del jueves 27 en Parque Norte rogó que se suspendiera el paro, al tiempo que insinuó intenciones golpistas en los cacerolazos. Este discurso apuntó a dividir al enemigo antes construido como un todo y a preparar el terreno para los anuncios del lunes 1 de abril: compensaciones para los pequeños productores. El discurso del martes 2 en Plaza de Mayo cerró el ciclo al comparar la protesta actual de los ruralistas con otra de claras intenciones golpistas en 1976.Un marco ideológico que no es el de la gente.
Después de inclinar a la opinión pública urbana hacia la protesta del campo, Cristina Kirchner volvió a su audiencia cautiva: la multitud movilizada hasta la Plaza de Mayo por el eficaz aparato peronista, hoy totalmente controlado por los Kirchner. Si el propósito de sus discursos fue convencer a alguien por afuera del kirchnerismo, ese propósito no se logró. Al contrario, la crudeza con la que D’ Elía planteó literalmente el maniqueísmo de clase expresado metafóricamente por la Presidenta sólo consigue alejar más a los sectores medios urbanos o a los más modestos del interior de las provincias que, sencillamente, no piensan bajo ese molde.
Desde el punto de vista comunicacional, entonces, el error, para mí, se explica en estos términos: los Kirchner encuadran su discurso en un marco ideológico que no es el de la gente. No hay una despolitización de la ciudadanía argentina: las continuas marchas contra la violencia, las asambleas contra las papeleras, y lo estos días dictan lo contrario, lo que hay es una movilización de “la gente”, que sigue agrupamientos y reagrupamientos –issue by issue- muy distintos a los que el Gobierno tiene en su cabeza.
"Esta vez no han venido acompañados de tanques; esta vez han sido acompañados por algunos generales multimediáticos", dijo también Cristina Kirchner, de los dirigentes rurales, el martes 2. No cabe duda de que los medios son un actor político en esta crisis. Pero, dejando de lado la hipótesis del golpe (sólo funcional con la puesta en escena de ¨víctima de complot¨ tan cara al kirchnerismo), varios medios se sumaron a la interpretación del conflicto difundida por el Gobierno o le quitaron visibilidad a las protestas, evitando el empleo de la palabra cacerolazo o dedicándose a transmitir la tormenta que se cernía sobre Buenos Aires después del discurso en Plaza de Mayo, en vez de averiguar las reacciones que había provocado el mensaje entre la gente del campo. Lo que es cierto es que muchos medios le están dando un ámbito a la gente para construir un colectivo, que el Gobierno insiste en desconsiderar como audiencia.
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