No es lo contrario de la cadena perpetua, pero tampoco es la panacea.
El martes pasado compartimos un agradable almuerzo algunos profesores universitarios y algunos empleados jerarquizados del Grupo Santillana de Argentina. Como esta empresa editorial tiene una importante división de formación académica a distancia el temario no tardó en deslizarse, con tono de preocupación, hacia el futuro de la educación y el futuro de la cultura del libro.
Mis colegas universitarios matizaban las apreciaciones negativas, procedentes más bien de los libreros, con optimistas proposiciones: es verdad que los mails, el chat y los mensajes de texto están pervirtiendo la gramática y reduciendo el código lingüístico, pero no es menos cierto que los chicos ahora escriben algo parecido a cartas, las que, de no mediar las nuevas tecnologías, no escribirían. Cuando la conversación se trasladó al lado de la lectura no dejaron de escucharse matices: es verdad que Internet desacostumbra de la linealidad del texto impreso y del "tempo" que requiere su consumo, pero no es menos cierto que los chicos adquieren bastante información, y aún formación, en Internet, la cual ya no buscarían en los libros.
En este contexto esbocé una hipótesis que ahora emprolijo. Corre un riesgo la lectura de textos en Internet y es que siempre quede aplazada. Hace poco sostuvo Toni Puig, el urbanista catalán, en una entrevista en el diario La Nación que los argentinos cuando tenemos una idea pensamos que ya está concretada. Algo similar decía hace años Umberto Eco, no de los argentinos sino de casi todos los nuevos lectores, que cuando obtenemos la fotocopia del texto que buscamos ya creemos que lo hemos leído. Bueno, la posibilidad de "bajar" textos y archivarlos, de recuperar con facilidad los sitios visitados en donde esos textos de interés se alojan (o se alojaban), puede conducir con facilidad a dejar para después la lectura detenida, luego de un espigeo. Un después que nunca llega, porque siempre lo aplaza la sensación de que ya hemos leído lo que hemos guardado y de que leer lo nuevo que nos llega ya nos ocupará todo el tiempo de que disponemos.
La multiplicación de los archivos virtuales y de las referencias cruzadas de Internet a Internet, contribuyen a crear la sensación de que, ya que no podemos leer todo lo que nos interesa, no debemos preocuparnos por "aprehender" nada de lo que se nos ofrece o nos sale al encuentro, porque siempre estará disponible, como si viviéramos dentro de una biblioteca y, por eso, siempre dejáramos para mañana la lectura de los libros contenidos en ella.
Para el consumo de Internet debieramos acostumbrarnos (y acostumbrar a otros) a una lectura de dos tiempos, una de visita rápida y de marcado (en favoritos o en otros tipos de "bookmarks") y otra de lectura, de impresión o de detención sosegada en los textos, en la medida en que el ancho de banda y la velocidad de la conexión nos lo permita.
A propósito del control de calidad de las fuentes en Internet, Ignacio Román me envía el dato de Credibility Commons un sitio especializado de la University of Washington y de la Siracuse University.
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