Por Damián Fernández Pedemonte Para LA NACION
Opinión Lunes 28 de Mayo de 2007
Como viene sucediendo en otras partes del mundo, es probable que las elecciones presidenciales que se realizarán este año en la Argentina tengan a la mujer como actor decisivo, por la postulación de candidatas notables a los más altos cargos. ¿Aportará la voz femenina una diferencia específica al debate público?
Para el análisis del discurso, esta pregunta se vincula con los diversos modelos de comunicación que hombres y mujeres siguen de manera predominante. Estos son particularmente significativos en la esfera pública, ya que representan diversas concepciones de la vida social. La diferencia en la comunicación pública remite, en última instancia, a una diversa forma de conectar el discurso con el poder.
Entre algunos rasgos diferenciales del modo de comunicación femenino, la especialista estadounidense Deborah Tannen señala que las mujeres tienden a manifestar los problemas para compartir experiencias (y no necesariamente para pedir consejo), que no siempre que dicen "lo siento" se están disculpando, ni siempre que dicen que sí están manifestando su acuerdo. La mayor parte de las veces, con estas expresiones están manteniendo el vínculo que, según ellas, cualquier conversación instaura.
Tannen postula que éstas y otras peculiaridades discursivas se entienden según la hipótesis de que revelan la manera, diversa de los hombres, que tienen las mujeres de percibir la vida social. En el ámbito público, el hombre se entiende como un sujeto que se enfrenta a un orden social jerárquico, tiene como ideal la independencia y entabla con los demás relaciones asimétricas: guiadas por la competencia y el conflicto. La mujer, en cambio, se entiende como un sujeto en medio de una red de conexiones, aspira al fortalecimiento de unas relaciones que generalmente percibe como simétricas: entre semejantes.
En mis clases suelo decirles a mis alumnas que admiro la virtud que tienen de hablar a la vez y entenderse, y agrego, sin ninguna ironía sexista, que creo que eso se debe a que visualizan la conversación como una construcción colectiva, como un coro polifónico. Llevada al ámbito público, la metáfora del coro podría promover una comprensión del debate muy distinta de la más frecuente metáfora de la contienda.
El fenómeno mejor estudiado por Tannen corrobora esta observación. Cuando se analizan lingüísticamente los solapamientos entre interlocutores en las conversaciones, se pueden distinguir dos tipos. Por un lado, suelen estar a cargo de los hombres las interrupciones, caracterizadas por el hecho de que con ellas se discute un supuesto o se cambia abruptamente de tema. Por otro lado, la superposición cooperativa de las mujeres. Así es: las mujeres no suelen interrumpir, sino yuxtaponerse al habla del otro en forma solidaria, para apoyar su punto de vista o para mostrar empatía. Es decir, no para ejercer un poder como los hombres, sino para establecer una relación, guiadas por su gran compromiso con la palabra ajena.
Estar continuamente alertas a todo lo que comprometa nuestro espacio de poder es para los hombres una consecuencia lógica de entender la organización social desde un marco de interpretación agonístico, en el cual la vida consiste en una serie de contiendas en las que se pone a prueba la fortaleza de cada uno contra los que quieren imponernos su voluntad.
Los hombres vivimos en un mundo en que el poder proviene de la acción individual contra otros. Para las mujeres, en cambio, la comunidad es la fuente de poder. Una comunidad que se construye con la comunicación, como lo revela la raíz común de estas palabras.
El aporte femenino al discurso político, pues, no consiste en replicar en el dominio público el discurso del hombre (aunque éste sea un error en el que incurran algunas defensoras de la perspectiva de género). Confrontar, discutir, gritar, litigar son formas masculinas de empobrecer la función de las palabras en el armando de la sociedad. Ojalá el papel protagónico de la mujer en la campaña electoral ayude a enriquecer el debate público actual.
El autor es decano y profesor de Análisis del Discurso en la Universidad Austral.
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