La semana pasada La Nación publicó una entrevista con Miguel Traugott, presidente de la WAPOR (la Asociación Mundial de Investigación de la Opinión Pública), quien estaba en Neuquén cuando asesinaron a Carlos Fuentealba, en la que afirmó que la protesta social es un indicador del estado de opinión pública, que se debe tener tan en cuenta como las encuestas y sondeos.
Con la imagen de Fuentealba, justamente, entró Nina Pelozo a Bailando por un sueño, el martes pasado. Su participación en el certamen armado este año por Tinelli -con todos los ingredientes como para mantener la diversión y provocar el escándalo, es decir para garantizar el rating-, provocó un giro metadiscursivo de los miembros del jurado, que se sintieron en la obligación de explicar la "congruencia" de lo que estabamos viendo: que la mujer del dirigente piquetero más combativo, Raúl Castells, estuviera participando en el programa más frívolo.
La justificación más inteligente, en mi opinión, fue la de Graciela Alfano, quien explicó, con sus palabras, que una lider popular encajaba muy bien en un programa popular, que miran cada noche más de 3 millones de personas, la mayoría de la misma segmentación social que los piqueteros. De esto tiene plena conciencia Pelozo que justificó su presencia en el programa como el resultado de una postulación colectiva, y no de una decisión individual, dirigida a dar a conocer mejor las razones de la lucha de los piqueteros.
El más sincero de los comentarios, sin embargpo, vino de parte de Gerardo Sofovich, quien empezó diciendo que se puede discentir con la forma de protesta de Castells, sobreentendiendo que él disciente, como seguramente todos los demás miembros del jurado que hablaron antes que él, aunque estos ni lo insinuaran, preocupados como estaban por buscar entre sus palabras nuevos elogios para la Pelozo.
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